A mi hija Adara Mª
La Diosa Fortuna
El
Origen es lo más actual, te respondes a ti mismo mientras contemplas desde el
puente romano de Córdoba los reflejos
tornasolados que esa misma luz proyecta en el río que ha dado nombre a la tierra andaluza durante miles de años, así se llamara Tharsis o Baetis (Tartesos y la Bética), hasta que los emires
orientales lo llamaron definitivamente el "Río Grande", Guadalquivir. Si Herodoto, el
"padre de la Historia", lo hubiera conocido habría dicho de él lo
mismo que dijo del Nilo cuando visitó Egipto en sus numerosos viajes: que
"es un don del Cielo".
El Guadalquivir es silencioso y fluido, como las sierpes y el tiempo, con quienes todos los ríos están asociados; es fecundo y constante, como los toros de Gerión, cuyos hijos abrevan todavía hoy en sus aguas, formadoras de numerosos meandros y tupidos cañaverales. No debe extrañarnos que los patricios romanos que gobernaron Córdoba durante más de 600 años vieran bañarse en sus aguas a Aqueloo, el dios fluvial con cabeza de toro y cuerpo de serpiente cuyo nombre significa “el que ahuyenta los pesares”. “Príncipe de los ríos” lo llamó Pausanias en su Descripción de Grecia.
El Guadalquivir es silencioso y fluido, como las sierpes y el tiempo, con quienes todos los ríos están asociados; es fecundo y constante, como los toros de Gerión, cuyos hijos abrevan todavía hoy en sus aguas, formadoras de numerosos meandros y tupidos cañaverales. No debe extrañarnos que los patricios romanos que gobernaron Córdoba durante más de 600 años vieran bañarse en sus aguas a Aqueloo, el dios fluvial con cabeza de toro y cuerpo de serpiente cuyo nombre significa “el que ahuyenta los pesares”. “Príncipe de los ríos” lo llamó Pausanias en su Descripción de Grecia.
Es tal la potencia
genésica de Aqueloo, que el cuerno que Hércules le arrancó de su frente
luchando ambos por la mano de Deyanira acabaría convirtiéndose en el cuerno de
la abundancia, la cornucopia, el atributo de Fortuna, la diosa tutelar de
Córdoba y de Andalucía entera. La Fortuna es hermana de la Concordia [1], a la que también se representa con la cornucopia y el caduceo de Mercurio. Teniendo en cuenta todos estos elementos simbólicos y míticos heredados de una cultura que reconoces como propia te preguntas ¿es casualidad que Deyanira fuese la hija de
Eneo, ese rey de Calidón que recibió de Dionisos la primera cepa de vid y de
cuyo nombre procede oinos, el vino, bebida que en muchas
tradiciones simboliza el Conocimiento?
El poeta, astrónomo y matemático persa Omar Khayyam
supo entender esa relación entre el Conocimiento y el vino cuando
dejó escritas las siguientes palabras, las que hay que leer en clave simbólica:
“¡Todos los reinos de la
tierra por un vaso de vino! ¡Toda la ciencia de los hombres por la suave
fragancia del mosto fermentado! ¡Todas las canciones de amor por el grato
murmullo del vino que llena nuestras copas!”[2].
Ese vino es la sangre que vivifica el "cuerpo sutil". La Gnosis ciertamente embriaga, como
embriaga la contemplación extática de la Belleza, puerta que abre al prodigio de los Mundos Superiores. Más allá de los círculos errantes de la Necesidad se encuentra el Cielo de las Estrellas "Fijas", antesala de los palacios construidos en el éter inasequible donde ejercen su reinado la
Inteligencia y la Sabiduría.
Junto al Guadalquivir, Dionisos y su cortejo de
bacantes y sátiros se entregan al frenesí de la danza y el canto acompañados de la lira de Apolo y la flauta de Orfeo. La armonía es el
contrapunto necesario al arrebato y el exceso, y ambos se conjugan en un
espíritu que determina el Arte intangible y la secreta identidad de una tierra que es como el cuerpo tangible de la Diosa Madre. Una tierra abundante y feraz, iluminada por un Sol siempre presente, aunque se sumerja
cada día en la noche estrellada y profunda, semejante a ese mar océano que se
abre al viajero al dejar atrás las dos columnas de Hércules, una en Hispania y
otra en África. La posibilidad real de ir “más allá” de una geografía conocida
y adentrarse en tierras incógnitas, ínsulas y mares simultáneos. En la costa
onubense y gaditana América ya se presentía desde muy antiguo, como la antesala a
inexplorados continentes, contenidos en nuestra alma inabarcable.
Cada tierra tiene su propio sol, como tiene su propio
cielo, y el sol de Andalucía se oculta cada noche en las entrañas de su
Historia para fecundar nuevas utopías. Andalucía, Hispania, en este confín de
la tierra occidental donde han desembocado todos los pueblos de Eurasia y el
Oriente, en este límite con lo ilimitado del mar infinito, los antiguos héroes, aventureros y poetas griegos encontraron una de las entradas al Hades, el que hay que
atravesar para dejar atrás todas nuestras sombras y densidades antes de arribar
al país de los Antepasados, así este lleve el nombre de “Islas Afortunadas”,
“Jardín de las Hespérides” o “Isla de los Bienaventurados”.
Un fino hilo de oro une los acontecimientos míticos a
la geografía de los lugares cuyos “genios del lugar” (genius loci) retienen la esencia de lo acontecido. Su presencia invisible pero real garantiza esa
perennidad de la memoria de los orígenes, pues convive con la presencia no
menos sutil del influjo de las estrellas y el poder que estas ejercen sobre el
destino de los hombres.
Hay países, comarcas, regiones o ciudades, cuyo “genio
del lugar” es muy poderoso e irreductible al paso del tiempo en la medida en que ese paso signifique olvido; pero hay otro tiempo dentro del tiempo, un
tiempo interior, nuestro propio tiempo, el que los dioses nos han otorgado al
nacer, y que siempre vuelve tras beber del río de la Memoria. Esos lugares
geográficos se convierten en espacios donde la presencia de lo sagrado se
manifiesta con más intensidad que en otros. En esos lugares, las energías ctónicas, telúricas,
intermediarias y celestes se fusionan en un equilibrio fruto de la
armonía entre los opuestos.
Esa Armonía, que es una diosa celeste, perdura secretamente cuando las
civilizaciones que la hicieron posible se retiran, si bien nunca desaparecen
del todo pues han dejado la huella de su presencia en lo intangible de su arte,
como una prolongación cristalizada de su ser y de su identidad metafísica. Esa
huella puede estar visible, o enterrada bajo tierra, pero está ahí, silenciosa
y tenaz, como esas raíces que conservan todavía un hálito de vida alimentado
por los fluidos interiores del planeta, del ángel del planeta, y que rompen de
tanto en tanto la dura corteza para emerger nuevamente a la luz del día,
resucitando de la muerte, o del olvido, como la memoria de los dioses y de los
hombres. Francisco Ariza
https://www.franciscoariza.com/
https://www.bibliotecahermetica.com/
Notas
[1] En la palabra Córdoba ya esté
presente la idea de la concordia a través de su primera sílaba, “cor”, corazón.
Los romanos, muy sutilmente, transformaron en "Corduba" su nombre púnico-cartaginés
“Kurt Juba” (la “Ciudad de Juba”, un general cartaginés). Etimológicamente es muy posible que “Kurt”
(ciudad) y “Cor” (corazón) sean idénticas (al menos fonéticamente es así), lo cual nos lleva a la idea de la
ciudad como un centro espiritual, o cultural, que es precisamente lo que fue
Córdoba en dos momentos concretos y florecientes de su historia, que se
entrevera con la de Andalucía, España y Occidente: cuando fue capital de la Bética
romana y capital del Califato de Al-Andalus. Recordaremos que Juba era uno de
los generales cartagineses de Amílcar Barca (que significa “Hermano de
Melkart”, el Hércules fenicio), padre de Aníbal y del cual se dice fue el
fundador de Barcino (Barcelona), Qart
Hadasht (Cartagena) y Akra Leuké (Alicante).
[2] Rubaiyat, verso 41.
[2] Rubaiyat, verso 41.
Áureo imperial. La diosa Concordia , o Armonía,
con la cornucopia y el caduceo hermético
Heracles-Hércules luchando con Aqueloo. A la izquierda el rey Eneo (Oinos)
y a la derecha Deyanira
y a la derecha Deyanira
Racimo de uvas y espigas de trigo en una moneda ibero-romano de Acinipo,
actual Ronda (Málaga)
actual Ronda (Málaga)
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