Rutas Simbólicas por la Historia y la Geografía de España

Rutas Simbólicas por la Historia y la Geografía de España

PRESENTACIÓN

Rutas Simbólicas. Viajes por la Historia y la Geografía, nace como un proyecto largamente madurado y al calor de las conversaciones que al respecto hemos mantenido durante los últimos años con Federico González Frías, nuestro guía intelectual; y nace justamente con la voluntad de dar a conocer también una visión de la realidad histórica de España insertada dentro de la Historia Universal, y... (sigue lectura en nuestra PRESENTACIÓN)


domingo, 8 de diciembre de 2019

LA 'INVENCIBLE GENERALA' UN HECHO MÍTICO Y SIMBÓLICO DE LA HISTORIA DE ESPAÑA. Francisco Ariza

Este artículo pertenece al Apéndice I de nuestro libro Tartesos, la Ciudad de Ulía, el Señorío de Montemayor y el Castillo Ducal de Frías. Linajes Históricos y Mitos Fundadores.


Fig. 1. Talla medieval de la Virgen de Linares en su Santuario coronada como Virgen Reina. Con algunas restauraciones, esta es la imagen que llevaba Fernando III en la reconquista de Córdoba (foto autor).

I
Mientras estábamos enfrascados en nuestro estudio sobre los temas que conforman nuestro libro Tartesos, la Ciudad de Ulía, el Señorío de Montemayor y el Castillo Ducal de Frías. Linajes Históricos y Mitos Fundadores, tuvimos la oportunidad de visitar el santuario de la Virgen de Linares, situado en una antigua atalaya árabe y ubicado en la Sierra de Córdoba a pocos kms. de la ciudad, en la carretera que une a esta con Badajoz. Precisamente fue el mismo día en que conocimos también otro santuario, en este caso precristiano; nos referimos al santuario tartésico de Cancho Roano, al que mencionamos en el primer capítulo, y que está ubicado en esa misma provincia extremeña. O sea que para ir a Cancho Roano desde Córdoba se tiene que pasar necesariamente por la zona donde está el santuario de la Virgen de Linares, y esa oportunidad, la de visitar el mismo día un monumento tartésico y otro cristiano, no la podíamos dejar pasar de ninguna manera, pues estamos hablando de dos lugares que forman parte de la Historia y la Geografía simbólica de España.
Pero lo que no sabíamos en ese momento es que este libro comenzaría con un capítulo sobre Tartesos y terminaría con un Apéndice tratando precisamente de ciertos mitos y hechos históricos relativos a la Virgen de Linares, al que hemos añadido un segundo sobre el mito del Apóstol Santiago, como un componente esencial de la Historia de España.
Los viajes por la Historia y la Geografía son siempre circulares, cíclicos, y están cargados de una magia que no se puede soslayar; más bien hay que dejarse llevar por ella, que incluye una teúrgia, pues el peregrino en la búsqueda del conocimiento del Sí Mismo se pone en manos y bajo los auspicios de los númenes del viaje que, como el dios Hermes, son los que le guían por los senderos y las etapas de un viaje que en verdad es arquetípico y tan real como la vida misma; o mejor sería decir que la vida se torna real al vivirse como un viaje arquetípico, como un símbolo de una realidad cuyas claves secretas sólo podemos descubrir e interpretar a través de la inmersión en el tiempo mítico.

Pese a la distancia temporal que separa a una y otra civilización, pese a las diferencias en las formas de expresión y las distintas imágenes simbólicas utilizadas para representar a sus deidades o entidades divinas, los tartesios que construyeron Cancho Roano y los cristianos que levantaron el santuario de la Virgen de Linares sobre la atalaya árabe participaban de una misma realidad de lo sagrado y de un mismo sentido del rito, el cual, al igual que el mito, nos vincula con el orden invisible del mundo, también llamado Cosmogonía Perenne.

El rito, como el mito, como el tiempo, tiene una estructura circular, y es su reiteración y repetición rítmica la fuente de su eficacia, sin olvidar que en realidad todo rito es un símbolo, o una idea-fuerza en acción. En el tiempo mítico lo sucesivo se torna simultaneidad pues las barreras temporales quedan abolidas, y lo que la conciencia percibía como separado, en él se reúne conformando una sola y única realidad: la de lo sagrado, que bien deberíamos distinguir de lo simplemente religioso, o devocional, sentimientos que están ausentes en todo lo que diremos a continuación.

Los hechos que vamos a relatar sucedieron durante la reconquista de la milenaria ciudad de Córdoba por el insigne rey castellano Fernando III el Santo. Unos hechos que como decimos entran de lleno en la Historia mítica y simbólica de España, siendo esta y no otra la razón principal que nos ha llevado a reseñarlos, acudiendo a algunas de las crónicas que han recogido aquellos eventos que forman parte de la verdadera memoria histórica, la que el tiempo ha ido puliendo y madurando despojándola de la “paja” y lo superfluo. Recordemos en este sentido las palabras de Séneca ya mencionadas en un capítulo anterior: “el tiempo descubre la verdad”.

Para nosotros la historia cobija a la suprahistoria. Está oculta en ella como la idea está oculta tras la forma simbólica, a la que sin embargo expresa y revela. De ahí precisamente que ciertos hechos históricos tengan que ser interpretados simbólicamente para llegar a comprenderlos en su esencia y verdadera dimensión metafísica, cobrando además una significación que necesariamente nos involucra en la medida en que constituyen las ideas-fuerzas que han conformado las imágenes de nuestra cultura.

Son precisamente esas ideas-fuerza y sus códigos, transmitidos a través de una literatura que recoge las gestas y las epopeyas heroicas, lo que constituye lo intangible y sutil de la historia que gira en torno a la Virgen de Linares, la construcción de su santuario y la reconquista de Córdoba.

Existe además una transposición de un simbolismo histórico a un simbolismo cosmogónico e iniciático, referido a la propia experiencia en el ámbito de la realización espiritual. Existió esa realización ligada a los propios códigos simbólicos de las órdenes de caballería, que fueron en esencia los de la realeza y la nobleza en general. En dichos códigos entraban también las leyendas de los héroes fundadores de la civilización occidental: la estirpe de los héroes semidivinos de la mitología greco-romana, ciertos episodios del Antiguo Testamento, reyes como David o Salomón, las heroínas y héroes judíos, las leyendas celtas cristianizadas a través del simbolismo del Grial y las gestas del Rey Arturo, etc.[1]

Estamos convencidos de que esa experiencia, al nivel que fuese, fue vivida por Fernando III (y otros reyes de la España medieval), el cual encontró en la Reconquista el “campo de batalla” donde librar no sólo la lucha contra sus enemigos externos, sino la propia “materia prima” de su combate interior. La Reconquista estuvo llena de gestas épicas (no sólo por parte cristiana, sino también musulmana), y que vistas en conjunto conformarían una verdadera epopeya donde se revelaría una estructura mítico-simbólica que nos haría entender ese importante episodio de la Historia de España bajo otra luz distinta al del simple relato histórico.[2]

Centrándonos en el tema de la Virgen de Linares y la reconquista de Córdoba, debemos señalar que en muchas civilizaciones la ocupación de un territorio, o de una ciudad, comportaba previamente la “dominación” de sus dioses tutelares mediante la práctica de los ritos apropiados. Así fue por ejemplo entre los romanos, y el rito de la evocatio se realizaba con ese fin.[3] 

Pues bien, encontramos algo parecido a un rito de la evocatio y del dominio sobre un territorio en ciertos eventos sucedidos durante la reconquista de Córdoba por Fernando III en el año 1236. En efecto, este rey se prepararía para dicha empresa realizando previamente determinados ritos en los que tuvo un papel relevante la Virgen de Linares, cuya efigie el propio Fernando III trajo consigo de la provincia de Jaén tras sus importantes victorias en Úbeda y Baeza.

En la obra Nuestra Señora de Linares, conquistadora de Córdoba, de principios del siglo XIX se describe lo que podríamos considerar un rito de posesión de una tierra, o de una ciudad, mediante la intervención de las entidades uránicas, en este caso la “Reina del Cielo”:
"A una legua de distancia de la Ciudad por la parte que media entre Oriente y Norte, en lo interior de las cordilleras de los montes que forma la sierra Morena, halló [Fernando III] una Torre pequeña o Atalaya que servía de resguardo a las centinelas avanzadas del enemigo. Aquí mandó el santo Rey levantar el Pabellón Real para la Emperatriz de Cielos y tierra, erigiendo esta piedra en título y Casa de refugio para él y para todas sus Tropas. Levantóse el Altar en la cortina misma de la Atalaya que mira al Occidente; colocóse en la parte superior el Trono augusto de la Reyna".
Vista desde el Santuario, la ciudad de Córdoba cae efectivamente hacia Occidente, es decir que hacia esa dirección se dispuso expresamente el Trono de la Reina celeste, y en consecuencia los ritos se efectuaban dirigidos expresamente hacia la capital, cuya reconquista, sus hechos y episodios ejemplares, fue recogidos a lo largo de los siglos por los poetas e historiadores, los cuales introdujeron también elementos del Antiguo Testamento y asimismo de la mitología clásica, buscando correspondencias entre la Virgen de Linares y ciertas heroínas judías, como Judith, y diosas del panteón greco-romano, como Artemisa (la Diana romana), la siempre virgen. Es decir quisieron incorporar lo que sin duda alguna fue un acto heroico en el ámbito cultural más amplio al que pertenece la civilización cristiana.
Se hacía así un paralelismo entre la Judit bíblica y la Virgen de Linares. Ambas son libertadoras de sus respectivos pueblos: Judit, la viuda, matando al asirio Holofernes y la Virgen de Linares contribuyendo con su “presencia espiritual” a reconquistar Córdoba tras cinco siglos de dominio musulmán, donde, la historia así lo atestigua, se vivieron momentos de un gran esplendor cultural, y que aquellos reyes castellanos con su concepción de una España como Reino integrador intentaron preservar conservando el principal y más significativo monumento de aquel legado.[4]

II

Volviendo de nuevo a la palabra Linares, vemos que ella también hace referencia al lugar donde estaba situada la atalaya árabe, y en la que Fernando III se asentó durante unos días para preparar la toma definitiva de Córdoba. Ese lugar era llamado tali’a as’ala al-narum, es decir “atalaya donde se enciende el fuego”, o simplemente al-narum, castellanizado Linares. Así pues, la Virgen de Linares podría interpretarse también como la Virgen “que enciende el fuego”, lo que en el contexto de la realización iniciática se entiende como el fuego purificador del Espíritu.

La atalaya todavía existe, y está incorporada en la arquitectura del santuario, lo que le da a este el aspecto de una fortaleza (fig. 87). Pensamos que Fernando III quiso efectivamente que dicho santuario tuviese ese aspecto, es decir que fuese un lugar sagrado y al mismo tiempo un baluarte defensivo, una torre-vigía que el simbolismo cristiano identifica con la propia Virgen, semejante a esa Torre de David (una imagen de la Sabiduría) que Salomón evoca en El Cantar de los Cantares:
"Tu cuello es como la torre de David; mil escudos cuelgan de ella".
Sabemos que en sus campañas militares el rey Fernando III iba siempre acompañado de una imagen de la Virgen, que en el caso de la campaña cordobesa era la Virgen de Linares en su aspecto de Inmaculada Concepción, lo que en otros lugares de España, por ejemplo en Cataluña, se denomina la “Purísima”, aludiendo así a esa idea de purificación por el fuego o energía espiritual, lo que se entendía antiguamente por la virtus, cuya raíz “vir” está también presente en la palabra “virgen”.
En este sentido, originariamente, la Virgen de Linares también recibía el nombre de la Virgen de las Nieves: la nieve como símbolo de la pureza, al igual que el fuego, y cuya festividad cae el día 5 del “ardiente” mes de Agosto, un día antes precisamente de la “Transfiguración del Señor” (6 de Agosto). Aquí los elementos contrarios del frío y del calor se unen para revelar una verdad del espíritu. La Inmaculada Concepción: la luz del Verbo encarnado en las entrañas más íntimas y secretas de lo humano.

Además del apelativo de “Conquistadora”, la Virgen de Linares recibía también el de “Capitana” y de “invencible Generala”, expresiones que indican claramente que no estamos ante una concepción simplemente beata o “compasiva” de esta entidad divina, y que tampoco cabe atribuir al propio Jesús cuando dejó dicho que: “No vengo a traer paz sino espada”. Una de las inscripciones que encontramos a la entrada del Santuario reza justamente así:
"Tú, Virgen, combates / tu victoria alcanzas / Tú al bárbaro lanzas / torrentes de luz".
Evidentemente, para nosotros, además de la lectura literal y exotérica a que estas palabras aluden (el bárbaro como el enemigo exterior, o la espada en vez de la paz), vemos en ellas una referencia clara al combate interior contra las tinieblas de nuestra ignorancia, que es el auténtico enemigo a batir. La espada a la que alude Cristo es también un símbolo del eje y está ligada con la idea de la luz de la Inteligencia y su proyección iluminadora en nuestra conciencia. La paz es el resultado final al que conduce la guerra interior: la conciliación de los opuestos, la llegada al centro del Ser.
La deidad traza una sutil muralla defensiva y protectora, generando en sus guerreros la confianza firme en la victoria, que es, finalmente, la de perder este mundo para ganar el otro, el verdadero.

En las imágenes de la Virgen de Linares esta muestra una gran serenidad y al mismo tiempo una gran firmeza y por tanto nada hay en ella que recuerde esa imaginería propia del barroco español que ha destacado sobre todo su aspecto de “mater dolorosa”. Aquí es más bien la “mater victoriosa” (expresión de la “Iglesia triunfante”), y más cercana a las descripciones que los antiguos poetas, filósofos y trovadores hicieron de la Dama Inteligencia, invocando su pureza virginal como uno de los estados más altos pretendidos por el caballero iniciado en la búsqueda de la Sabiduría, y que a través de su entrega sin fisuras busca restaurar la justicia y la armonía en el mundo y en su alma, combatiendo contra los oscuros poderes de sus enemigos, tanto externos como internos. 

Esa actitud de guerrero, de defensor de su fe y de su Reino (el terrestre y el celeste), es justamente la que observamos en la escultura de Fernando III situada en su capilla del Santuario. Estamos convencidos que para este rey castellano la Virgen era su propia Dama, el modelo de la Sabiduría, como lo fue Beatriz para Dante. Lo mismo podríamos decir de su hijo Alfonso X el Sabio, que también estuvo junto a su padre en las reconquistas andaluzas, y que escribió unas “Cantigas de Santa María” en la que destaca aspectos de la Virgen que recuerdan también las de un trovador hacia su Dama. Leemos en este sentido lo siguiente:
"Hay que señalar que el culto a la Virgen no tenía en la Edad Media el carácter de beatería simplona que tuvo posteriormente, y si bien exotéricamente su influencia espiritual mantenía un lazo de unión entre la devoción popular y lo sagrado, esotéricamente era considerada como la "Reina del Mundo", y por lo tanto madre espiritual de los iniciados. Las Cantigas de Alfonso el Sabio no estaban teñidas de un vago misticismo; más aún, al ser musicadas devinieron con frecuencia verdaderos himnos ofrecidos a Venus Urania, la diosa de la Sabiduría, el Amor y la Belleza, tres virtudes celestes que sin duda este gran rey quiso que fueran las piedras angulares de su extensa e importante, también para nosotros, obra cultural".[5]
Curiosamente, cuando visitamos el Santuario, la talla de la Virgen de Linares aparecía con una corona dorada sobre su cabeza (también la portaba el niño-dios que sostiene en sus brazos), es decir estaba revestida con los símbolos de la Realeza y del Imperio, mientras que en otras ocasiones esa corona se sustituye por otra en forma de aureola con doce estrellas, que son los doce soles o signos de zodíaco, descritas en el Apocalipsis de San Juan (cap. XII, vers. 1):
"Y apareció en el cielo una gran señal: una mujer cubierta del sol, y la luna debajo de sus pies, y en su cabeza una corona de doce estrellas".
Ambas son imágenes expresan dos formas del poder del Espíritu: la Virgen como Reina del Mundo, y como Reina de los Cielos anunciando la venida de la Jerusalén Celeste al final del presente ciclo cósmico y humano. Francisco Ariza.



Fig. 2. La Virgen de Linares, coronada de las doce estrellas, cubierta por el Sol y con la Luna a sus pies, tal como aparece descrita en el Apocalipsis de San Juan (foto extraída de Manuscritos de la Virgen de Linarejos y su Santuario. Siglos XVII y XIX, de Manuel Morales Borrero).


Fig. 3. Camarín de la Virgen de Linares en el ábside de su Santuario (foto autor).


Fig. 4. Capilla del rey Fernando III en el Santuario, con cetro en la mano izquierda y blandiendo su espada con la derecha (foto autor).


Fig. 5. El ábside del Santuario y restos de la atalaya árabe formando parte de la arquitectura del edificio (foto autor).

Fig. 6. El ábside y la torre-vigía desde otra perspectiva (foto autor).


Fig. 7. Fachada principal del Santuario con su espadaña perfectamente visible en lo alto (foto autor).




[1] En los personajes que conforman los “Nueve de la Fama” podemos encontrar un ejemplo de lo que estamos diciendo.

[2] Esa estructura mítico-simbólica está ya presente en la poética trovadoresca y los “Cantares de Gesta” (como el “Poema de Mio Cid”, o “Los Infantes de Sala”), así como en las numerosas crónicas escritas a lo largo de los siglos, y las obras de Alfonso X el Sabio sobre la Historia Universal y la Historia de España, y asimismo el Libro de los Linajes y la Crónica General de España de 1344, ambos del Conde de Barcelos, etc.

[3] He aquí, a título de información, un rito de la evocatio descrito por Macrobio: “A ti, ¡Oh, grandísimo!, que conservas bajo tu protección a esta ciudad, te ruego, te adoro, te pido en gracia que abandones esta ciudad y este pueblo, que dejes estos templos, estos lugares sagrados y, habiéndote alejado de ellos, vengas a Roma, a mi casa y a la de los míos. Que nuestra ciudad, nuestros templos, nuestros lugares sagrados, te sean más adeptos y más caros: recíbenos bajo tu guardia. Si así lo haces fundaré un templo en tu honor”. Saturnales III, 9.

[4] Nos referimos naturalmente a la Mezquita de Córdoba, que tras la reconquista fue consagrada como catedral bajo el nombre precisamente de Santa María, hasta que en el siglo XVI se dispuso un espacio de la misma para edificar el templo cristiano actual. Asimismo, el hecho de no destruir tampoco la atalaya árabe sino de haberla “incorporado” al Santuario de la Virgen de Linares es un ejemplo de ese espíritu integrador de Fernando III, un rey, que al igual que Alfonso X y otros anteriores y posteriores, pertenecientes o no a su línea dinástica, tenía una idea de la España cristiana que no excluía a ninguna de las culturas que vivían en ella. No podríamos decir lo mismo de los jefes islámicos pertenecientes a las tribus magrebís de los almorávides y los almohades, que tras la desaparición del Califato de Córdoba invadieron la Península Ibérica imponiendo en la zona dominada por ellos, y a lo largo de los siglos XI, XII y XIII, la visión más excluyente del Islam.

[5] Federico González y colaboradores. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, Módulo III, acápite 28.

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