Fig. 1. Talla medieval de la Virgen de Linares en su Santuario coronada como Virgen Reina. Con algunas restauraciones, esta es la imagen que llevaba Fernando III en la reconquista de Córdoba (foto autor).
I
Mientras
estábamos enfrascados en nuestro estudio sobre los temas que conforman nuestro libro Tartesos, la Ciudad de Ulía, el Señorío de Montemayor y el Castillo Ducal de Frías. Linajes Históricos y Mitos Fundadores, tuvimos
la oportunidad de visitar el santuario de la Virgen de Linares, situado en una
antigua atalaya árabe y ubicado en la Sierra de Córdoba a pocos kms. de la
ciudad, en la carretera que une a esta con Badajoz. Precisamente fue el mismo
día en que conocimos también otro santuario, en este caso precristiano; nos
referimos al santuario tartésico de Cancho Roano, al que mencionamos en el
primer capítulo, y que está ubicado en esa misma provincia extremeña. O sea que
para ir a Cancho Roano desde Córdoba se tiene que pasar necesariamente por la
zona donde está el santuario de la Virgen de Linares, y esa oportunidad, la de
visitar el mismo día un monumento tartésico y otro cristiano, no la podíamos
dejar pasar de ninguna manera, pues estamos hablando de dos lugares que forman parte
de la Historia y la Geografía simbólica de España.
Pero lo
que no sabíamos en ese momento es que este libro comenzaría con un capítulo
sobre Tartesos y terminaría con un Apéndice tratando precisamente de ciertos mitos
y hechos históricos relativos a la Virgen de Linares, al que hemos añadido un
segundo sobre el mito del Apóstol Santiago, como un componente esencial de la
Historia de España.
Los
viajes por la Historia y la Geografía son siempre circulares, cíclicos, y están
cargados de una magia que no se puede soslayar; más bien hay que dejarse llevar
por ella, que incluye una teúrgia, pues el peregrino en la búsqueda del conocimiento
del Sí Mismo se pone en manos y bajo los auspicios de los númenes del viaje que,
como el dios Hermes, son los que le guían por los senderos y las etapas de un viaje
que en verdad es arquetípico y tan real como la vida misma; o mejor sería decir
que la vida se torna real al vivirse como un viaje arquetípico, como un símbolo
de una realidad cuyas claves secretas sólo podemos descubrir e interpretar a
través de la inmersión en el tiempo mítico.
Pese a
la distancia temporal que separa a una y otra civilización, pese a las
diferencias en las formas de expresión y las distintas imágenes simbólicas
utilizadas para representar a sus deidades o entidades divinas, los tartesios
que construyeron Cancho Roano y los cristianos que levantaron el santuario de
la Virgen de Linares sobre la atalaya árabe participaban de una misma realidad
de lo sagrado y de un mismo sentido del rito, el cual, al igual que el mito,
nos vincula con el orden invisible del mundo, también llamado Cosmogonía Perenne.
El rito,
como el mito, como el tiempo, tiene una estructura circular, y es su
reiteración y repetición rítmica la fuente de su eficacia, sin olvidar que en
realidad todo rito es un símbolo, o una idea-fuerza en acción. En el tiempo
mítico lo sucesivo se torna simultaneidad pues las barreras temporales quedan
abolidas, y lo que la conciencia percibía como separado, en él se reúne conformando
una sola y única realidad: la de lo sagrado, que bien deberíamos distinguir de
lo simplemente religioso, o devocional, sentimientos que están ausentes en todo
lo que diremos a continuación.
Los
hechos que vamos a relatar sucedieron durante la reconquista de la milenaria
ciudad de Córdoba por el insigne rey castellano Fernando III el Santo. Unos
hechos que como decimos entran de lleno en la Historia mítica y simbólica de
España, siendo esta y no otra la razón principal que nos ha llevado a reseñarlos,
acudiendo a algunas de las crónicas que han recogido aquellos eventos que
forman parte de la verdadera memoria histórica, la que el tiempo ha ido
puliendo y madurando despojándola de la “paja” y lo superfluo. Recordemos en
este sentido las palabras de Séneca ya mencionadas en un capítulo anterior: “el
tiempo descubre la verdad”.
Para
nosotros la historia cobija a la suprahistoria. Está oculta en ella como la
idea está oculta tras la forma simbólica, a la que sin embargo expresa y revela.
De ahí precisamente que ciertos hechos históricos tengan que ser interpretados
simbólicamente para llegar a comprenderlos en su esencia y verdadera dimensión
metafísica, cobrando además una significación que necesariamente nos involucra
en la medida en que constituyen las ideas-fuerzas que han conformado las
imágenes de nuestra cultura.
Son
precisamente esas ideas-fuerza y sus códigos, transmitidos a través de una
literatura que recoge las gestas y las epopeyas heroicas, lo que constituye lo
intangible y sutil de la historia que gira en torno a la Virgen de Linares, la construcción
de su santuario y la reconquista de Córdoba.
Existe
además una transposición de un simbolismo histórico a un simbolismo cosmogónico
e iniciático, referido a la propia experiencia en el ámbito de la realización
espiritual. Existió esa realización ligada a los propios códigos simbólicos de
las órdenes de caballería, que fueron en esencia los de la realeza y la nobleza
en general. En dichos códigos entraban también las leyendas de los héroes
fundadores de la civilización occidental: la estirpe de los héroes semidivinos
de la mitología greco-romana, ciertos episodios del Antiguo Testamento, reyes
como David o Salomón, las heroínas y héroes judíos, las leyendas celtas
cristianizadas a través del simbolismo del Grial y las gestas del Rey Arturo,
etc.[1]
Estamos
convencidos de que esa experiencia, al nivel que fuese, fue vivida por Fernando
III (y otros reyes de la España medieval), el cual encontró en la Reconquista
el “campo de batalla” donde librar no sólo la lucha contra sus enemigos externos,
sino la propia “materia prima” de su combate interior. La Reconquista estuvo
llena de gestas épicas (no sólo por parte cristiana, sino también musulmana), y
que vistas en conjunto conformarían una verdadera epopeya donde se revelaría
una estructura mítico-simbólica que nos haría entender ese importante episodio
de la Historia de España bajo otra luz distinta al del simple relato histórico.[2]
Centrándonos
en el tema de la Virgen de Linares y la reconquista de Córdoba, debemos señalar
que en muchas civilizaciones la ocupación de un territorio, o de una ciudad,
comportaba previamente la “dominación” de sus dioses tutelares mediante la
práctica de los ritos apropiados. Así fue por ejemplo entre los romanos, y el
rito de la evocatio se realizaba con
ese fin.[3]
Pues bien, encontramos algo parecido a un rito de la evocatio y del dominio sobre un
territorio en ciertos eventos sucedidos durante la reconquista de Córdoba por
Fernando III en el año 1236. En efecto, este rey se prepararía para dicha empresa
realizando previamente determinados ritos en los que tuvo un papel relevante la
Virgen de Linares, cuya efigie el propio Fernando III trajo consigo de la
provincia de Jaén tras sus importantes victorias en Úbeda y Baeza.
En la
obra Nuestra Señora de Linares, conquistadora
de Córdoba, de principios del siglo XIX se describe lo que podríamos
considerar un rito de posesión de una tierra, o de una ciudad, mediante la
intervención de las entidades uránicas, en este caso la “Reina del Cielo”:
"A una legua de distancia de la Ciudad por la
parte que media entre Oriente y Norte, en lo interior de las cordilleras de los
montes que forma la sierra Morena, halló [Fernando III] una Torre pequeña o
Atalaya que servía de resguardo a las centinelas avanzadas del enemigo. Aquí
mandó el santo Rey levantar el Pabellón Real para la Emperatriz de Cielos y
tierra, erigiendo esta piedra en título y Casa de refugio para él y para todas
sus Tropas. Levantóse el Altar en la cortina misma de la Atalaya que mira al
Occidente; colocóse en la parte superior el Trono augusto de la Reyna".
Vista
desde el Santuario, la ciudad de Córdoba cae efectivamente hacia Occidente, es
decir que hacia esa dirección se dispuso expresamente el Trono de la Reina
celeste, y en consecuencia los ritos se efectuaban dirigidos expresamente hacia
la capital, cuya reconquista, sus hechos y episodios ejemplares, fue recogidos
a lo largo de los siglos por los poetas e historiadores, los cuales
introdujeron también elementos del Antiguo Testamento y asimismo de la
mitología clásica, buscando correspondencias entre la Virgen de Linares y
ciertas heroínas judías, como Judith, y diosas del panteón greco-romano, como
Artemisa (la Diana romana), la siempre virgen. Es decir quisieron incorporar lo
que sin duda alguna fue un acto heroico en el ámbito cultural más amplio al que
pertenece la civilización cristiana.
Se hacía
así un paralelismo entre la Judit bíblica y la Virgen de Linares. Ambas son
libertadoras de sus respectivos pueblos: Judit, la viuda, matando al asirio
Holofernes y la Virgen de Linares contribuyendo con su “presencia espiritual” a
reconquistar Córdoba tras cinco siglos de dominio musulmán, donde, la historia
así lo atestigua, se vivieron momentos de un gran esplendor cultural, y que
aquellos reyes castellanos con su concepción de una España como Reino
integrador intentaron preservar conservando el principal y más significativo
monumento de aquel legado.[4]
II
Volviendo
de nuevo a la palabra Linares, vemos que ella también hace referencia al lugar
donde estaba situada la atalaya árabe, y en la que Fernando III se asentó
durante unos días para preparar la toma definitiva de Córdoba. Ese lugar era
llamado tali’a as’ala al-narum, es decir
“atalaya donde se enciende el fuego”, o simplemente al-narum, castellanizado Linares. Así pues, la Virgen de Linares
podría interpretarse también como la Virgen “que enciende el fuego”, lo que en
el contexto de la realización iniciática se entiende como el fuego purificador
del Espíritu.
La atalaya todavía existe, y está incorporada en la arquitectura del santuario, lo que le da a este el aspecto de una fortaleza (fig. 87). Pensamos que Fernando III quiso efectivamente que dicho santuario tuviese ese aspecto, es decir que fuese un lugar sagrado y al mismo tiempo un baluarte defensivo, una torre-vigía que el simbolismo cristiano identifica con la propia Virgen, semejante a esa Torre de David (una imagen de la Sabiduría) que Salomón evoca en El Cantar de los Cantares:
La atalaya todavía existe, y está incorporada en la arquitectura del santuario, lo que le da a este el aspecto de una fortaleza (fig. 87). Pensamos que Fernando III quiso efectivamente que dicho santuario tuviese ese aspecto, es decir que fuese un lugar sagrado y al mismo tiempo un baluarte defensivo, una torre-vigía que el simbolismo cristiano identifica con la propia Virgen, semejante a esa Torre de David (una imagen de la Sabiduría) que Salomón evoca en El Cantar de los Cantares:
"Tu cuello es como la torre de
David; mil escudos cuelgan de ella".
Sabemos
que en sus campañas militares el rey Fernando III iba siempre acompañado de una
imagen de la Virgen, que en el caso de la campaña cordobesa era la Virgen de
Linares en su aspecto de Inmaculada Concepción, lo que en otros lugares de
España, por ejemplo en Cataluña, se denomina la “Purísima”, aludiendo así a esa
idea de purificación por el fuego o energía espiritual, lo que se entendía
antiguamente por la virtus, cuya raíz
“vir” está también presente en la palabra “virgen”.
En este
sentido, originariamente, la Virgen de Linares también recibía el nombre de la
Virgen de las Nieves: la nieve como símbolo de la pureza, al igual que el
fuego, y cuya festividad cae el día 5 del “ardiente” mes de Agosto, un día
antes precisamente de la “Transfiguración del Señor” (6 de Agosto). Aquí los
elementos contrarios del frío y del calor se unen para revelar una verdad del
espíritu. La Inmaculada Concepción: la luz del Verbo encarnado en las entrañas
más íntimas y secretas de lo humano.
Además
del apelativo de “Conquistadora”, la Virgen de Linares recibía también el de
“Capitana” y de “invencible Generala”, expresiones que indican claramente que
no estamos ante una concepción simplemente beata o “compasiva” de esta entidad
divina, y que tampoco cabe atribuir al propio Jesús cuando dejó dicho que: “No
vengo a traer paz sino espada”. Una de las inscripciones que encontramos a la
entrada del Santuario reza justamente así:
"Tú, Virgen, combates / tu victoria alcanzas /
Tú al bárbaro lanzas / torrentes de luz".
Evidentemente,
para nosotros, además de la lectura literal y exotérica a que estas palabras aluden
(el bárbaro como el enemigo exterior, o la espada en vez de la paz), vemos en
ellas una referencia clara al combate interior contra las tinieblas de nuestra
ignorancia, que es el auténtico enemigo a batir. La espada a la que alude
Cristo es también un símbolo del eje y está ligada con la idea de la luz de la
Inteligencia y su proyección iluminadora en nuestra conciencia. La paz es el
resultado final al que conduce la guerra interior: la conciliación de los
opuestos, la llegada al centro del Ser.
La deidad
traza una sutil muralla defensiva y protectora, generando en sus guerreros la
confianza firme en la victoria, que es, finalmente, la de perder este mundo para ganar el otro, el
verdadero.
En las
imágenes de la Virgen de Linares esta muestra una gran serenidad y al mismo
tiempo una gran firmeza y por tanto nada hay en ella que recuerde esa
imaginería propia del barroco español que ha destacado sobre todo su aspecto de
“mater dolorosa”. Aquí es más bien la “mater victoriosa” (expresión de la
“Iglesia triunfante”), y más cercana a las descripciones que los antiguos
poetas, filósofos y trovadores hicieron de la Dama Inteligencia, invocando su
pureza virginal como uno de los estados más altos pretendidos por el caballero iniciado
en la búsqueda de la Sabiduría, y que a través de su entrega sin fisuras busca
restaurar la justicia y la armonía en el mundo y en su alma, combatiendo contra
los oscuros poderes de sus enemigos, tanto externos como internos.
Esa actitud
de guerrero, de defensor de su fe y de su Reino (el terrestre y el celeste), es
justamente la que observamos en la escultura de Fernando III situada en su
capilla del Santuario. Estamos convencidos que para este rey castellano la
Virgen era su propia Dama, el modelo de la Sabiduría, como lo fue Beatriz para
Dante. Lo mismo podríamos decir de su hijo Alfonso X el Sabio, que también
estuvo junto a su padre en las reconquistas andaluzas, y que escribió unas “Cantigas
de Santa María” en la que destaca aspectos de la Virgen que recuerdan también
las de un trovador hacia su Dama. Leemos en este sentido lo siguiente:
"Hay que señalar que el culto a la Virgen no
tenía en la Edad Media el carácter de beatería simplona que tuvo
posteriormente, y si bien exotéricamente su influencia espiritual mantenía un
lazo de unión entre la devoción popular y lo sagrado, esotéricamente era
considerada como la "Reina del Mundo", y por lo tanto madre
espiritual de los iniciados. Las Cantigas
de Alfonso el Sabio no estaban teñidas de un vago misticismo; más aún, al ser
musicadas devinieron con frecuencia verdaderos himnos ofrecidos a Venus Urania,
la diosa de la Sabiduría, el Amor y la Belleza, tres virtudes celestes que sin
duda este gran rey quiso que fueran las piedras angulares de su extensa e
importante, también para nosotros, obra cultural".[5]
Curiosamente,
cuando visitamos el Santuario, la talla de la Virgen de Linares aparecía con
una corona dorada sobre su cabeza (también la portaba el niño-dios que sostiene
en sus brazos), es decir estaba revestida con los símbolos de la Realeza y del
Imperio, mientras que en otras ocasiones esa corona se sustituye por otra en
forma de aureola con doce estrellas, que son los doce soles o signos de
zodíaco, descritas en el Apocalipsis
de San Juan (cap. XII, vers. 1):
"Y
apareció en el cielo una gran señal: una mujer cubierta del sol, y la luna
debajo de sus pies, y en su cabeza una corona de doce estrellas".
Ambas
son imágenes expresan dos formas del poder del Espíritu: la Virgen como Reina
del Mundo, y como Reina de los Cielos anunciando la venida de la Jerusalén
Celeste al final del presente ciclo cósmico y humano. Francisco Ariza.
Fig. 2. La Virgen de Linares, coronada de las doce
estrellas, cubierta por el Sol y con la Luna a sus pies, tal como aparece
descrita en el Apocalipsis de San Juan (foto extraída de Manuscritos
de la Virgen de Linarejos y su Santuario. Siglos XVII y XIX, de Manuel
Morales Borrero).
Fig. 3. Camarín de la Virgen de Linares en el ábside de su
Santuario (foto autor).
Fig. 4. Capilla del rey Fernando III en el Santuario, con
cetro en la mano izquierda y blandiendo su espada con la derecha (foto autor).
Fig. 5. El ábside del Santuario y restos de la atalaya árabe
formando parte de la arquitectura del edificio (foto autor).
Fig. 6. El ábside y la torre-vigía desde otra perspectiva
(foto autor).
Fig. 7. Fachada principal del Santuario con su espadaña
perfectamente visible en lo alto (foto autor).
[1] En los
personajes que conforman los “Nueve de la Fama” podemos encontrar un ejemplo de
lo que estamos diciendo.
[2] Esa estructura
mítico-simbólica está ya presente en la poética trovadoresca y los “Cantares de
Gesta” (como el “Poema de Mio Cid”, o “Los Infantes de Sala”), así como en las
numerosas crónicas escritas a lo largo de los siglos, y las obras de Alfonso X
el Sabio sobre la Historia Universal y la Historia de España, y asimismo el Libro de los Linajes y la Crónica General de España de 1344, ambos
del Conde de Barcelos, etc.
[3] He aquí, a título de información, un rito de la evocatio descrito por Macrobio: “A ti,
¡Oh, grandísimo!, que conservas bajo tu protección a esta ciudad, te ruego, te
adoro, te pido en gracia que abandones esta ciudad y este pueblo, que dejes
estos templos, estos lugares sagrados y, habiéndote alejado de ellos, vengas a
Roma, a mi casa y a la de los míos. Que nuestra ciudad, nuestros templos,
nuestros lugares sagrados, te sean más adeptos y más caros: recíbenos bajo tu
guardia. Si así lo haces fundaré un templo en tu honor”. Saturnales III, 9.
[4] Nos referimos
naturalmente a la Mezquita de Córdoba, que tras la reconquista fue consagrada
como catedral bajo el nombre precisamente de Santa María, hasta que en el siglo
XVI se dispuso un espacio de la misma para edificar el templo cristiano actual.
Asimismo, el hecho de no destruir tampoco la atalaya árabe sino de haberla
“incorporado” al Santuario de la Virgen de Linares es un ejemplo de ese
espíritu integrador de Fernando III, un rey, que al igual que Alfonso X y otros
anteriores y posteriores, pertenecientes o no a su línea dinástica, tenía una
idea de la España cristiana que no excluía a ninguna de las culturas que vivían
en ella. No podríamos decir lo mismo de los jefes islámicos pertenecientes a
las tribus magrebís de los almorávides y los almohades, que tras la
desaparición del Califato de Córdoba invadieron la Península Ibérica imponiendo
en la zona dominada por ellos, y a lo largo de los siglos XI, XII y XIII, la
visión más excluyente del Islam.
[5] Federico
González y colaboradores. Introducción a
la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, Módulo III, acápite 28.
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