“Cerrillo Blanco”, perteneciente al término municipal de
Porcuna (Jaén), es sin duda alguna uno de los lugares sagrados de la antigua
Hispania. No sólo fue una necrópolis íbero-túrdula, sino de otras culturas
anteriores como la tartésica y la megalítica, o sea muy anteriores a nuestra
era en cientos de años e incluso milenios, existiendo entre todas ellas un hilo
de continuidad que nunca se interrumpiría hasta que la propia cultura íbera
desapareció con el asentamiento definitivo de Roma en todo el territorio
peninsular.
En efecto, en “Cerrillo Blanco” se certifica ese “parentesco” entre
culturas que, siendo diferentes, sin embargo se fueron transmitiendo entre sí
los elementos fundamentales de su Cosmogonía, de ahí que en su necrópolis estén
representadas todas ellas, como si efectivamente este monte tuviese en cada una
de esas culturas la misma significación simbólica y mítica ligada a unos
ancestros originarios. Esta simple observación bastaría para resolver algunas
cuestiones que se han planteado acerca de si los íberos fueron descendientes o
no de los tartesios, y éstos de la cultura megalítica más antigua, aunque en un
momento de la Historia ambas, la tartesia y la megalítica, quizá fueron una
sola, como algunos investigadores han sugerido basándose en la arqueología y
los testimonios de los historiadores y geógrafos antiguos.
La cultura íbera fue la última manifestación de las
civilizaciones “nativas”, es decir originarias de Hispania, y esto le otorga
una singularidad que debe tenerse en cuenta en cualquier estudio que se haga
sobre dicha cultura, incluso desde el punto de vista de la investigación
Simbólica, que es el nuestro.
Centrándonos en “Cerrillo Blanco”, lo primero que nos llama
la atención es su propio nombre: un monte blanco, el más alto de la zona con
esta característica geológica, su blancura matizada con un suave tono dorado,
lo que nos hace pensar que en su elección como necrópolis (un “campo santo” en
realidad) fue esta característica la que se tuvo en cuenta sobre todo (figs. 1 y 2).
Fig. 1. "Cerrillo
Blanco". Vista general con las excavaciones de las tumbas.
Fig. 2. Detalle de "Cerrillo Blanco" con los
restos de un muro.
Fig. 3. Piedra horadada.
En todas las culturas tradicionales el color blanco,
referido en este caso a los lugares y accidentes geográficos,[1] como las
montañas, cerros o islas, siempre ha tenido una especial relevancia al estar
relacionado este color con los centros sagrados o espirituales. Las “montañas
blancas” son imágenes simbólicas de la Montaña Primordial, o Polar (caso del
Meru en la India) como lo son también las islas descritas con ese mismo color
(la Aztlan –“Isla blanca”- de los aztecas), etc.
Por tanto, ellas forman parte constitutiva y esencial de la
Geografía Sagrada, una ciencia muy antigua que estudia el espacio terrestre en
relación con las energías cósmicas y telúricas, las que imprimen igualmente su
“grafía” en el paisaje, tornándolo de este modo significativo y por tanto
simbólico. A esto se refiere Federico González Frías cuando habla de que estos
accidentes geográficos siempre “están emparentados con modalidades de lo sagrado”.[2]
En estas montañas e islas axiales habitan los antepasados
bienaventurados, y en este sentido es relevante que “Cerrillo Blanco” sea
precisamente una necrópolis donde reposaban los antepasados de los íberos de
esa región del sur de España, es decir los tartesios y la cultura megalítica
como antes hemos mencionado.
Las tumbas que se han encontrado en la cima del Cerro son en
número de 25, correspondiéndose la primera de ellas a la tumba en forma de
dolmen (fig. 4) donde reposaba la pareja de los antepasados primordiales, es
decir los que fundaron el linaje de la cultura megalítica que allí existió,
seguramente de un rey y de una reina, pues lejos de lo que suele pensarse
habitualmente estos antiquísimos pobladores del sur peninsular ya habían conformado
civilizaciones perfectamente jerarquizadas y organizadas en ciudades y reinos.
Se da la particularidad de que esa primera tumba se encuentra separada de las
tumbas tartesias, como si estos últimos buscaran conscientemente respetar el
espacio sacro de los que sin duda consideraban también sus antepasados.
Fig. 4. Dolmen donde reposaban los ancestros primordiales.
Las tumbas tartésicas de “Cerrillo Blanco” no se
corresponden con un número indeterminado sino que por alguna razón se quiso que
éstas estuvieran repartidas según unos módulos numéricos precisos: 9 de ellas
eran de varones, 9 de mujeres y 6 de infantes (9+9+6=24), números todos ellos
relacionados precisamente con la división geométrica y cíclica del círculo, un
símbolo de la perfección y de la “totalidad”, y estamos convencidos que no fue
por casualidad que se eligiera esa notación, pues nada hubo de casual en las
tradiciones antiguas cuando se quería significar hechos relacionados con los
ritos sagrados, y qué duda cabe que los ritos funerarios, junto a los ritos
iniciáticos, se consideraban entre los más sagrados en una civilización
tradicional.
Fig. 5. Maqueta donde se ve la disposición de las 25 tumbas
de "Cerrillo Blanco". En primer plano (figura redonda) la tumba dolménica
de la pareja que dio origen al linaje.
De esas 25 tumbas, 19 ó 20 están dispuestas en la dirección
Este-Oeste (incluido el dolmen de la pareja de los antepasados), es decir
orientadas hacia la salida del Sol, y el resto al Noreste, privilegiando así
claramente la luz solar en el momento de su nacimiento diario, lo cual no deja
de ser igualmente significativo desde el punto de vista simbólico, ya que con
ello se está señalando la idea de que el difunto, en el interior de la tierra,
recibía también una “iluminación” (en este caso del “sol espiritual”, del cual
el sol físico es su representación sensible), iluminación relacionada con su
viaje de ultratumba al país de los ancestros, o morada de inmortalidad, también
llamada la “Ciudad celeste”.
Es muy relevante en este sentido que todas las tumbas estén
comprendidas dentro de un círculo de piedras (arriba fig. 5) que es el único
referente que queda de lo que fue sin duda alguna un túmulo (de un diámetro
aproximado de 20 metros), construcción que era frecuente entre las culturas del
Neolítico y las comprendidas entre el tercer y el primer milenio a.C., que son
precisamente los pueblos que habitaron en la que posteriormente sería la
capital de los íbero-túrdulos: Ipolka, o Ibolka, la actual Porcuna. (Fig. 6).
Fig. 6. Vista de la ciudad de Porcuna desde "Cerrillo
Blanco".
Es sabido que el túmulo es un montículo de tierra que
recubre una o más tumbas. En el caso de “Cerrillo Blanco” se trataba como
estamos viendo de un túmulo que albergaba varias de ellas. Estamos hablando
pues de un montículo construido encima de una colina, lo cual refuerza aún más
la idea de que nos encontramos en un lugar muy especial desde el punto de vista
de la geografía simbólica, donde al añadirle dicha construcción se quiso
subrayar su axialidad, remarcando el carácter sagrado del mismo, y sugiriendo
que los allí enterrados pertenecían efectivamente a los ancestros más antiguos
del linaje tanto tartésico como megalítico, reposando todos ellos bajo la
“bóveda celeste”, simbolizada por la cúpula del túmulo (figs. 7 y 8).
Esto explicaría también que las esculturas de “Cerrillo
Blanco”, consideradas como la expresión más refinada del arte ibérico en su
plena creatividad y actualmente en el Museo de Jaén (un ejemplo de las cuales
es la fig. 9, y de las que trataremos en la siguiente entrega), fuesen
“enterradas” allí mismo, aunque no dentro del túmulo sino junto a él, guardando
así un respeto sacro hacia esos mismos ancestros.
Fig. 7. Gráfico de la maqueta del túmulo de "Cerrillo
Blanco".
Extraído del blog del Museo de Porcuna.
Fig. 8. Se puede apreciar, en primer término, la ubicación
que tuvieron las famosas esculturas ibéricas de "Cerrillo Blanco"
halladas junto al perímetro exterior del recinto tumular, que se ha
representado en forma de cúpula transparente para poder apreciar mejor su
interior.
Fig. 9. Toro sedente de "Cerrillo Blanco". Museo
de Jaén.
Así pues, el túmulo de “Cerrillo Blanco” era la imagen
simbólica perfecta de la “colina primigenia”, también concebida en las
distintas cosmogonías como la “isla” que emergió del océano primordial, siendo
por tanto la primera tierra como proyección de la tierra polar celeste. Es
decir el “centro del mundo”, en este caso para la cultura, o culturas, que en
aquellos paisajes jienenses desarrollaron toda su existencia dejándonos tan
extraordinario legado, el que apenas si estamos empezando a desentrañar.
(Continuará).
Notas
[1] También hay ciudades y países que llevan la palabra
blanco incorporada en su nombre: Alba Longa (ciudad del Lacio fundada por
Ascanio, o Iulio, hijo de Eneas), Argos (blanco, o luminoso, en griego), ciudad
de la región de la Argólida. También Albión, nombre antiguo de Inglaterra, etc.
[2] Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos: entrada
“Geografía Sagrada”.
*Todas las fotos, excepto las correspondientes a las figs. 7
y 9, han sido hechas por el autor.
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