A la memoria mi hijo Daniel (1980-2023),
con quien hicimos este viaje al corazón de España
a finales de los años ochenta
La poderosa atracción que ejerce la ciudad de Toledo no procede únicamente de sus magníficos edificios que expresan los distintos estilos arquitectónicos de las diferentes culturas que cohabitaron en ella durante la Edad Media hispánica (la cristiana, islámica y judía), que al fin y al cabo están hechos de piedra y de materiales expuestos a la corrosión del tiempo, sino que esa atracción procede precisamente del espíritu que los alumbró, y que también hallamos en los fragmentos arqueológicos de su pasado visigodo, romano y celtíbero. Pero debajo de ese Toledo visible se ocultan vestigios de culturas aún más remotas, como sucede ciertamente con muchas de las ciudades y pueblos milenarios repartidos por toda la Península Ibérica, que los antiguos cronistas describían como la "Tierra de los Antepasados". Es ese espíritu el que queda impreso en el alma de quien visita Toledo y se deja seducir por su atmósfera sutil, intangible, la que incluye la idea que prohijó la síntesis cultural gestada al amparo del ciclo medieval.
Pero en tanto que ciclo histórico esa época ya pasó y sería caer en un "idealismo" anacrónico francamente inútil querer revivirla en sus aspectos formales. No se trata en ningún caso de eso. Los historiadores podrán describir detalladamente el proceso que articuló la vida y la cultura de aquel período fecundo, pero será sólo el instante fugaz de una intuición nacida del corazón el que aprehenderá verdaderamente lo que significa Toledo, y significó ciertamente para sus fundadores míticos e históricos. La libérrima Toledo es la madre que ha cobijado, y cobija, a muchos hijos bajo su manto milenario.
Pero no solo es la influencia de Venus sino también la de Mercurio la que se ejerce en Toledo desde siempre, tal y afirma en su Descripción de la Imperial Ciudad de Toledo y Historia de sus Antigüedades (1605) el humanista español Francisco de Pisa, de ascendencia sefardita:
"Tiene Toledo el cielo y sus influencias muy prósperas y benéficas. Está sujeta al signo de Virgo, que es casa y exaltación del planeta Mercurio, que ha sido y es causa de inclinar a sus moradores a las ciencias especulativas y artes de industria, como se ha mostrado siempre por los sutiles ingenios de toledanos, entre los cuales ha habido y hay personas excelentes en ciencias, muy nobles y naturalmente animosos".
Sabedor de esas influencias venusinas y mercuriales, propicias para las artes, las ciencias y el pensamiento filosófico (Mercurio es Hermes), el rey sabio Alfonso X creó en su corte toledana las condiciones para que se diera en ella ese "crisol cultural" que iba a ser el puente por donde Oriente se comunicaría con el Occidente cristiano. La Escuela de Traductores fue una de sus expresiones más fértiles y afortunadas, y se crearon otras semejantes a ella en distintas ciudades, como Sevilla y Murcia. Recordemos que Alfonso X fue el verdadero artífice de la idea de España concebida como resultado de la unión conciliadora de las tres culturas, judía, cristiana e islámica, y que antes de él ya vislumbró su padre Fernando III el Santo, e incluso los diferentes califas omeyas cordobeses. Esa unión es también la de Oriente y Occidente, la que está simbolizada por el águila bicéfala imperial (que mira simultáneamente hacia la derecha, el Oriente y hacia la izquierda, el Occidente), y que preside el escudo heráldico de la ciudad, auténtico oráculo revelador de su destino histórico y suprahistórico.
En su Primera Crónica General (compendio de la historia sagrada de la humanidad) Alfonso X describe en estos términos los orígenes míticos de Toledo y su fundación legendaria, en los que siempre aparece Hércules, héroe solar civilizador de las culturas mediterráneas:
Lo que todo esto expresa en realidad es que tanto el Toledo antiguo como la Tula y la Aztlán de los toltecas y otros lugares con idéntico nombre que no hemos mencionado, fueron en su momento reflejos en el mundo terrestre, en el espacio y el tiempo, de la "Ciudad del Cielo", es decir de centros espirituales emanados más o menos directamente de la Tula o Paraíso original. [3] Hemos querido destacar todas estas correspondencias para comprobar cómo esas leyendas reposan sobre una verdad simbólica que la etimología, como la propia geografía y la historia sagrada no hacen sino expresar a su manera.[4]
En este sentido, no está de más recordar que todo mito sagrado tiene un fundamento real, tanto si se refiere a hechos que tienen que ver con el transcurrir de la historia de un pueblo, como si a través de él se quieren vehicular ideas y valores de orden espiritual destinados a cohesionar una cultura y a todos los integrantes de la misma. Relatan lo que es esencial saber para que la irrealidad de la existencia adquiera un sentido, un significado que siempre tendrá su raíz en una verdad de orden cosmogónico y metafísico.
Lo que es una realidad física (el monte toledano, que está formado por doce pequeños collados -en correspondencia con las doce constelaciones zodiacales-, contiene en efecto dentro de él una intrincada red de pasadizos subterráneos y bóvedas hipogeas) se convierte además en una realidad simbólica y metafísica.[6] La montaña y la caverna son imágenes del eje y del centro del mundo, y por tanto espacios propicios para establecer la comunicación entre el Cielo y la Tierra, razón por la cual casi todos los templos y lugares sagrados se situaban tanto en las cimas de las montañas como en el interior de las cavernas. Y ello se destaca aún más cuando la montaña y la caverna se encuentran en el centro mismo de un espacio geográfico, como es aquí el caso.
Todo ello convierte a Toledo en el verdadero ónfalos (ombligo) de la Península Ibérica donde coincidieron la realidad de un espacio y un tiempo mítico y la manifestación de una energía y un poder espiritual que ordenó la cultura y la civilización de los antiguos pueblos hispanos hasta el Renacimiento, donde pasaría a ser la capital del Imperio hispano, que incluía dentro de él a gran parte de América, a la que Francis Bacon denominó la "Nueva Atlántida". Por consiguiente, pensamos que Alfonso X no se limitó únicamente a recoger esas leyendas, sino que quiso destacar sobre todo el carácter "central" de la ciudad que él había heredado de sus antepasados, y que gracias a su espíritu integrador convertiría en el "jardín cerrado" (hortus conclusus) o "vergel alquímico" donde crece el Árbol del Conocimiento y se cultivan, presididas por la ley de armonía, todas las artes y ciencias del saber universal.
Por otro lado, es muy probable que la denominación de "Jerusalén de Occidente" dada a Toledo durante la Edad Media tuviera su origen en esta leyenda y en los sucesos acaecidos en torno a ella. Se trataba en cualquier caso, de identificar espiritualmente y ver en la ciudad castellana una imagen o reflejo de la propia Jerusalén, la "Ciudad de la Paz" y Centro del mundo para las tres religiones abrahámicas. ¿Y no fue en cierto modo Toledo en determinados momentos de la Edad Media y concretamente durante el reinado de Alfonso X, un punto de referencia "central" no sólo para la España de las tres culturas sino también de la Cristiandad medieval? [8]
[2] Aún hoy en día sigue existiendo en México una ciudad llamada Tula, fundada por el rey tolteca Topiltzin Quetzalcóatl.
[3] En Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha (Módulo III, acápite 25 dedicado a Alfonso X el Sabio) leemos lo siguiente: "Por razones históricas y geográficas Toledo es el centro de la Península Ibérica. Además lo es por razones simbólicas y metafísicas, y la Tradición señala, por un lado, la antigüedad de esta ciudad que se remonta al origen de los tiempos, a saber, el tiempo mítico, y por otro, a su relación con la Atlántida, también presente en las raíces TL de su nombre".
[4] Para todo esto ver El Rey del Mundo cap. X, y Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada cap. XII, de R. Guénon.
[5] En la obra citada, el mismo Francisco de Pisa, desliza un dato que nos ha perecido significativo en cuanto al origen histórico de la ciudad de Toledo, y es cuando señala que esta fue edificada por los griegos, y que ellos la dedicaron a la memoria de Hércules, y añade que esa construcción pudo: "haber tenido su comienzo mil y doscientos y sesenta años antes del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo". Esta fecha (1260 años a.C.) coincide prácticamente con la destrucción de la Troya de Héctor y Aquiles, y aunque Francisco de Pisa no lo diga expresamente, sí que deja deslizar de manera muy sutil que Toledo (como otras ciudades del mundo antiguo, Alba Longa, por ejemplo) pasó a ser la "sustituta" de la legendaria Troya, o Ilión. Dato además importante es que los troyanos tenían en Venus y en el Apolo solar a dos de sus principales dioses tutelares.
[6] En algunas crónicas se mencionan siete collados en vez de doce, en referencia a los siete planetas. En todo caso tendríamos la imagen de una geografía sagrada que reproduce claramente un zodiaco (los 12 signos zodiacales y los 7 planetas), lo cual recuerda otros lugares significativos, como es el caso de Glanstonbury, en Inglaterra.
[7] Esta leyenda de la Mesa de Salomón confirmaría desde la óptica de la historia sagrada lo dicho en la nota anterior.
[8] Además de los griegos el propio Francisco de Pisa menciona en su obra como fundadores de Toledo a los caldeos, los persas y los hebreos. De estos últimos menciona incluso los nombres de pueblos y ciudades que tienen la misma etimología de los que fueron fundados y existen en Judea, Palestina y Canaán, algunos cercanos a Jerusalén. Señala el humanista toledano: "Así como Escalona, a que dieron el nombre de Ascalon, pueblo en los confines del reino de Judea; y la villa de Maqueda, que corresponde al pueblo Mazeda, del que se hace mención en el libro de Josué; la aldea de Novés, dice que tomó el nombre de la ciudad de Nobe; Yepes, de Iope, pueblo de Palestina; y Aceca, responde a otra del mismo nombre ciudad de Cananea; y el cerro del Águila, que es en la Sagra, tomó el nombre de otro cerro o collado llamado Achila, donde estuvo escondido David huyendo del rey Saúl".